Capítulo
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1 Corintios 15:56

LBLA El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley ;
NBLA El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley;
NVI El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley.
RV1960 ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.
JBS Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley.

¿Qué significa 1 Corintios 15:56?

Los versículos anteriores nos describen el momento en que la muerte será devorada por la victoria cuando los muertos en Cristo sean resucitados con cuerpos nuevos y glorificados. En ese mismo momento, los que aún estén vivos en Cristo serán transformados también. Todos serán transformados y recibirán nuevos cuerpos eternos, poderosos e imperecederos (1 Corintios 15:42–44). Pablo incluso usó las palabras de Oseas para burlarse de la muerte, diciendo: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (Oseas 13:14).

Pablo ahora revela quién es el responsable último de la muerte humana, y no es ni Dios ni Satanás, sino el pecado: "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y por medio del pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). El pecado es el portador y portavoz de la muerte.

¿Cómo se volvió tan poderoso el pecado? Pablo lo deja claro: el poder del pecado, su capacidad para traer la muerte, proviene de la ley. Cuando Pablo menciona la ley, Pablo se refiere tanto a la Ley de Moisés que se le dio a Israel, como también a la naturaleza de la humanidad para rebelarse en contra de Dios, lo cual ocurrió por primera vez cuando Adán y Eva pecaron en el jardín (Génesis 3: 17–19).

En realidad, la ley no es lo que crea el pecado en las personas, sino que es lo que nos revela el pecado y demuestra nuestra incapacidad a la hora de obedecer a Dios. Nuestra naturaleza nos empuja a pecar en contra de los mandamientos de Dios. De esta manera, se muestra que todos somos pecadores (Romanos 3:23), y todos nos merecemos la muerte (Romanos 6:23). Alabado sea Dios, ya que ese no es el final de la historia, tal y como se nos lo revelará en el siguiente versículo.
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