¿Qué significa Marcos 10:26?
Bajo la ley mosaica, Dios le prometió a Israel que, si ellos la obedecían constantemente, podían estar seguros de que Dios mismo los bendeciría. (Deuteronomio 28:1–6). Esa promesa a nivel nacional se había convertido en un mero juicio cultural sobre la riqueza y la espiritualidad en los tiempos de Jesús. La gente pensaba que cualquier persona que sufriera, estaba sufriendo porque le había desobedecido a Dios; y, por otro lado, se entendía que cualquier persona que estaba siendo bendecida, estaba obedeciendo la ley de Dios. Aunque los discípulos esperan tener posiciones de poder en el reino de Jesús, aparentemente no se hacen ilusiones sobre su santidad personal. Si ser rico no es una señal de que alguien merezca heredar la vida eterna, entonces un grupo de discípulos itinerantes no tiene ninguna posibilidad de salvarse.La cuestión de quién puede ser salvo y quien no es tan importante en la actualidad como lo fue para los discípulos. La respuesta que Jesús le dio al joven rico y lo que les dice a los discípulos representa una parte tan famosa de Sus enseñanzas que a menudo olvidamos lo impactante que pudo haber sido para las personas que lo escucharon por primera vez. Los discípulos inicialmente consideran todo esto como una verdad terrible y desastrosa. Si un hombre seguía la ley y, supuestamente, su bondad se recompensaba con bendiciones materiales, pero al mismo no podía ganarse la vida eterna, ¡entonces nadie podría hacerlo! Los discípulos, preocupados por quién sería el más grande en el reino de Dios (Marcos 10:35–44), no pueden ni empezar a imaginarse el hecho de que quizás ni ellos mismos se merecerían formar parte de Su reino.
Haciéndose eco de la primera parte de esta verdad tan importante, Santiago, el medio hermano de Jesús y pastor de la iglesia en Jerusalén, dirá: "porque cualquiera que cumpla toda la ley, pero que falle en un solo mandato, ya es culpable de haber fallado en todos" (Santiago 2:10). Pablo también explicará que todos han pecado (Romanos 3:23).
La segunda mitad de esta enseñanza, sin embargo, es que nadie puede salvarse por sí solo; no solo somos incapaces de ganarnos la salvación, sino que ni siquiera podemos elegirla por nuestra propia cuenta. Afortunadamente, Dios elige a quiénes serán salvos (Romanos 8:29–30; Efesios 1:5, 11) y no hay ningún misterio en cuanto a quién elige Dios: si una persona sigue a Jesús y confía en él para su salvación, esa persona formará parte del reino de Dios. Jesús señalará esto durante el próximo versículo; la salvación es posible, pero solo con Dios y a través de Dios.