¿Qué significa Marcos 14:31?

Realmente, Pedro sí que llega a cumplir su promesa, pero esto no pasará hasta pasadas unas décadas. Juan 13:36 dice: "Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; pero me seguirás después". Después de la crucifixión y la resurrección, Jesús le dice a Pedro: "de cierto te digo: cuando eras más joven, te vestías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te vestirá otro, y te llevará a donde no quieras" (Juan 21:18). Jesús predice que Pedro, de hecho, seguirá a Jesús hasta la muerte y la muerte en la cruz. La tradición de la Iglesia dice que Juan, que estaba escuchando las palabras que Jesús le estaba diciendo a Pedro, murió de viejo, pero Pedro fue crucificado. Esa misma tradición dice que Pedro optó por ser crucificado boca abajo porque no se consideraba digno de morir de la misma manera que su Señor.

Marcos no es uno de los doce discípulos de Jesús, aunque es posible que hubiera estado con ellos en el monte de los Olivos (Marcos 14:51–52). Se cree que Marcos obtuvo la mayor parte de su información de Pedro. Si es así, este pasaje y su cumplimiento en Marcos 14:66–72 enfatizan el hecho de que finalmente hubo un gran cambio en la actitud Pedro. Aquí, Pedro es descarado, y contradice a Jesús, tal y como lo había hecho antes (Marcos 8:31–33). Pronto, cuando Pedro niegue conocer a Jesús, este "valor" que se suponía que tenía acabará mostrando sus verdaderos colores, y finalmente Pedro mostrará que, en realidad, lo único que tenía era una arrogancia vacía. Más tarde, sin embargo, después de que Pedro reciba el Espíritu Santo (Hechos 2:1–4), su fuerza vendrá de Dios. Pedro les predicará a miles de personas en el centro de Jerusalén (Hechos 2:14–41) y en el patio del templo (Hechos 3:11–26). Pedro considerará como un honor el hecho de haber sido encarcelado y golpeado, y estará agradecido de que Dios lo encuentre digno de sufrir por el nombre de Jesús (Hechos 5:17–42).

La transformación de Pedro es un testimonio poderoso de que nuestros corazones solo pueden cambiar verdaderamente a través del poder del Espíritu Santo. En realidad, podemos afirmar ser valientes, leales y estar dispuestos a morir por Cristo, pero sin el Espíritu Santo, lo que acabaremos haciendo es simplemente preocuparnos por nosotros mismos (Romanos 3:12).