Verso

Proverbios 14:24

LBLA La corona de los sabios es su riqueza, mas la necedad de los necios es insensatez.
NBLA La corona de los sabios es su riqueza, Pero la necedad de los necios es insensatez.
NVI La corona del sabio es su sabiduría; la de los necios, su necedad.
RV1960 Las riquezas de los sabios son su corona; Pero la insensatez de los necios es infatuación.
JBS La corona de los sabios es su sabiduría; mas lo que distingue a los locos es su locura.

¿Qué significa Proverbios 14:24?

Los sabios obtienen riquezas duraderas y valiosas gracias a su sabiduría y diligencia. Las personas los respetan y, a menudo, también obtienen los recursos materiales necesarios para continuar haciendo el bien. Una persona piadosa y sabia que es diligente y trabajadora (Proverbios 14:23) puede darles generosamente a los más necesitados y tener más oportunidades de bendecir a los de más. Estas personas pueden usar sus riquezas para servir a Dios.

Los necios, sin embargo, se dedican a expandir su propia necedad. El libro de Proverbios nos dice que la verdadera sabiduría se alcanza cuando nos dedicamos a seguir a Dios (Proverbios 1:7; 3:5). Por tanto, cuando lo ignoramos estamos siendo estúpidos de una manera deliberada (Proverbios 12:1). Las personas que se apartan de la piedad no hacen nada para enriquecer la vida de los demás, y solo despilfarran lo que tienen en lugar de usarlo para servir a Dios. Usan sus recursos para seguir tramando sus planes malvados. Cuando la vida se les termine, no tendrán ninguna esperanza de escaparse del juicio eterno (Juan 3:36; Proverbios 10:7). Tener pensamientos necios solo nos conduce hacia una necedad mucho más profunda (Proverbios 14:18).

Las Escrituras nos dicen que algunas personas que son ricas usaron sus riquezas para hacer el bien por los demás. Salomón fue rico y usó sus recursos para construir un reino pacífico y un templo en el que adorar a Dios (1 Reyes 10:23). José de Arimatea era rico y le pidió a Pilato encargarse del cuerpo de Jesús, lo envolvió en un sudario de lino limpio y lo colocó en su propia tumba (Mateo 27:57–60). Lidia era una vendedora de telas de púrpura y dejó que su casa se convirtiera en un lugar de reunión desde el cual Pablo y sus colaboradores pudieron difundir el evangelio (Hechos 16:11–15).
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