¿Qué significa Romanos 3:12?

Pablo está citando el Salmo 14 para mostrar que sus audaces declaraciones no son ideas nuevas, incluso si los líderes religiosos judíos las pudieran haber entendido mal o se hubieran olvidado de ellas. A juzgar por los comentarios de Pablo aquí, comúnmente se sostenía que el pueblo judío tenía la ley y estaba circuncidado, por lo tanto, era un pueblo que estaba justificado ante Dios. Esto habría llevado a la gente a sentirse protegida del juicio de Dios. Pablo ha contradicho esa idea, enseñando que cada persona individual será juzgada por Dios por sus acciones, ya sean correctas o incorrectas; y que cada uno de nosotros estará "bajo el pecado" y merecerá la ira de Dios. El versículo 10, el cual comenzó esta cita, aclara esto al afirmar que "no hay ni siquiera uno" que sea naturalmente justo.

La paráfrasis de Pablo de las palabras de David en el Salmo 14:3 describen lo que Dios encontró después de haber intentado buscar personas justas que nunca hubieran pecado. Por supuesto, Dios ya conocía el resultado, pero las Escrituras comparten esta idea para enfatizar que esto era algo que ya estaba claro y había sido obvio desde el principio. Todos nos hemos apartado de seguir el camino de Dios; todos nos hemos vuelto inútiles; todos somos corruptos. Por lo tanto, no se puede encontrar a una sola persona que haga el bien, según los estándares de un Creador santo y perfecto.

Por otro lado, esto no implica que no haya nadie que pueda hacer algo que se pueda describir como algo bueno. Por supuesto, la gente hace cosas buenas todo el tiempo, al menos según nuestros estándares: somos capaces de conocer la diferencia entre el bien y el mal, y elegir lo que es correcto…cuando queremos. El problema fundamental, tal y como lo escribió David (y Pablo estaba de acuerdo con él), es que no hay ninguna persona que tenga un corazón naturalmente inclinado a hacer el bien. Todos, cada uno de nosotros, nos movemos en una dirección egoísta y nos alejamos de la definición de bondad que Dios ha ejemplificado.

La conclusión es que los seres humanos somos capaces de hacer el bien, pero elegimos universalmente no hacerlo, según los estándares de Dios: queremos lo que queremos y no lo que Él quiere.

¡En sus labios hay veneno de serpientes!